17/8/10

Arturo Jauretche


por Hilda Guerra
Nació en Lincoln (Provincia. de Buenos Aires) el 13 de noviembre de 1901, y falleció -como no podía ser de otra manera- el 25 de mayo de 1974.
Su familia pertenecía a la clase media, lo que le ha permitido vivir y luego expresar con solvencia acontecimientos transformados en ensayos certeros. Su padre militaba en el Partido Conservador.
Siendo muy joven participó en reuniones con estudiantes reformistas y así se contactó con Hipólito Yrigoyen. Podemos decir que siempre pensó a la Argentina con vehemencia, con pasión, afiliándose al partido de los llamados radicales personalistas. Fue importante para él la influencia que ejerció el poeta y compositor Homero Manzi. El talentoso hombre resaltaba que en esta línea tenía inserción la clase trabajadora.
Jauretche ¡acuñó expresiones al lenguaje popular! Como escritor pertenece a la línea histórica nacional. Popularizó palabras como zoncera, cipayo, vendepatria, oligarca. Su estilo es coloquial, con modismos nutridos en las vertientes profundas del idioma hablado por los argentinos, no exento de ironías y humor.
Fue uno de los testigos más sagaces que tuvo el país. También un demoledor de mitos –a veces– perturban la comprensión de nuestra realidad.
Hacia 1920 llegó a Buenos Aires para continuar sus estudios y recibir el título de abogado.
En la década del 30 su actividad política lo compromete a participar en las luchas del radicalismo. Soldado de la revolución del 33 en Paso de los Libres contra el gobierno del general Agustín P. Justo. Tomó parte en el alzamiento de los coroneles Roberto Bosch y Gregorio Pomar, que no habían participado en la siniestra revolución del 30 de Uriburu. El fracaso de esa revuelta lo llevó a la prisión.
En el 34 cantó esa patriada en un poemario gauchesco que relata la sublevación de
los radicales yrigoyenistas titulado El Paso de los Libres. La primera edición prologada por Jorge Luis Borges; da cuenta del interés que su paso por las letras despierta. Aunque poco tienen que ver estas dos personalidades. La segunda edición lleva prólogo de Jorge Abelardo Ramos.
Muerto Yrigoyen y con un radicalismo sin fuerza Jauretche participa de la formación de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) la agrupación que contaba entre otros con Homero Manzi, Luis Dellepiane y Raúl Scalabrini Ortiz. Más que una fuerza política fue una corriente de pensamiento que priorizó lo nacional y se identificaba con intereses populares. FORJA se disuelve con la llegada del peronismo, ya que sus propios objetivos se habían cumplido.
Aunque siempre crítico, adhirió al peronismo desde el 17 de octubre de 1945. Bajo este gobierno Jauretche fue director del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Su gestión se caracterizó por el apoyo a la empresa nacional con una política crediticia generosa con los proyectos de industrialización. Renunció en 1950 por entender que el nuevo equipo económico no garantizaba cumplir con el movimiento. Se retiró a la vida privada pero cuando el peronismo fue derrocado comenzó su participación en la resistencia.
Como pensador se impuso la tarea pedagógica para impedir que la derrota política
de las masas no se convirtiera en una derrota ideológica. Aquí nace el polemista que publica y publica libros donde aquellas ideas de los años
30 se asientan y constituyen su visión de la realidad argentina. Cuando en el 55 la
llamada Revolución Libertadora derrocó a Perón; él, en un primer momento exento
de persecuciones políticas, por haber estado apartado en los últimos años,funda
el periódico El Líder y el semanario El 45, para defender lo que consideraba años de gobierno popular, criticando la acción política, económica y social del régimen de facto. En el 56 ve la luz El Plan Prebisch: retorno al coloniaje; allí refuta el informe de Raúl Prebisch, pedido por Pedro Eugenio Aramburu. Esto le valdría el exilio en Montevideo.
Desde allí escribió Los profetas del odio, un estudio sobre las relaciones de clase a partir del ascenso del peronismo, donde opina sobre algunas aproximaciones a la historia que circulan. En especial la de Ezequiel Martínez Estrada, al considerar que nuestra geografía imponía una vida inconexa con el flujo histórico. Este escritor había publicado un análisis demoledor del peronismo. Calificaba a Perón de encantador de serpientes y sostenía que el modelo instigaba las bajas pasiones populares, la venalidad y la pornocracia. Jauretche interpretó estas alusiones como prejuicios de clase media intelectual, irritada por la irrupción de actores novedosos en un ambiente político que había sido exclusivo de la burguesía desde la generación del 80, sin tener en cuenta que sus intereses estaban ligados al desarrollo de una densa capa de consumidores. Sus hábitos producían un espontáneo rechazo, casi racista. La asimilación de la tilinguearía con el racismo es explícita en su obra. Critica la miopía con la que se manejan.
En una carta al escritor Ernesto Sabato se quejó afirmando que las masas se movilizaron por la esperanza y no por el resentimiento. Recuerde usted –le decía– aquellas multitudes de octubre, dueñas de la ciudad durante dos días. No rompieron una sola vidriera: su mayor crimen fue lavarse los pies en la Plaza de Mayo. Esto provocó la indignación de la señora de Oyuela, rodeada de artefactos sanitarios. Recuerde esas multitudes –insistía– que aun en circunstancias trágicas cantan a coro, cosa absolutamente inusitada entre nosotros ¡tan cantores todavía! que les han tenido que prohibir el canto por decreto-ley. No eran resentidos. Eran criollos alegres porque podían tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros, discos fonográficos, veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo y asomarse a formas de vida occidental, que hasta entonces les habían negado los profetas del odio.
La propuesta de Jauretche era la integración, en la medida que los intereses comunes de burguesía y proletariado estuviesen desarrollados en una economía nacional.
Esta posición, difícil de conciliar con el populismo peronista, le granjeó a la vez la enemistad de los liberales de la dirigencia del justicialismo. El mismo Perón lo detestaba con cordialidad.
En este pequeño acercamiento a su obra no podemos dejar de mencionar El medio pelo en la sociedad argentina (1966) una punzante interpelación a la clase media; tiene inmediata repercusión. Es uno de los ensayos de sociología menos ortodoxos y el libro desmitificador de la clase media argentina. Al reverso de lo académico da una visión nacida de la experiencia. Analiza un sector social que no había sido debidamente estudiado.
Se alegra con el regreso de Perón; entiende que debía cerrarse el ciclo que se interrumpió en el 55. Una nueva etapa se abría en la historia del país y él necesitaba reubicarse en la esta realidad, pero no era fácil. Perón y su entorno no lo tienen en cuenta y tampoco lo anima el giro a la derecha del viejo líder. Por otro lado, le entusiasma el aporte de los jóvenes a la renovación, pero la idea de un socialismo sostenida por estos sectores, era difícil de conjugar con su defensa de un capitalismo nacional. A esto se suma su descontento por el camino que algunos sectores juveniles comenzaban a transitar.
¡Finalmente se apaga en 1974!
Quiero cerrar esta brevísima semblanza con un breve cuento metafórico que le pertenece y para mí debería leerse en los colegios

EL PESCADO QUE SE AHOGÓ EN EL AGUA
“El arroyo de La Cruz había crecido por demás y bajando dejó algunos charcos
en la orilla. Por la orilla iba precisamente el comisario de Tero Pelado, al tranquito de su caballo. Era Gumersindo Zapata, a quien no le gustaba mirar de frente y por eso siempre iba rastrillando el suelo con los ojos. Así, rastrillando, vio algo que se movía en un charquito y se apeó. Era una tararira, ese pez redondo, dientudo y espinoso, tan corsario que no deja vivir a otros. Vaya a saber por qué afinidad, Gumersindo les tenía simpatía a las tarariras, de manera que se agachó y alzó a la que estaba en el charco. Montó a caballo, de un galope se llegó a la comisaría, y se hizo traer el tacho donde se lavaba los “pieses” los domingos. Lo llenó de agua y echó dentro a la tararira.
El tiempo fue pasando y Gumersindo cuidaba todos los días de sacar el “pescado”
del agua, primero un rato, después una hora o dos, después más tiempo aún. La fue
criando guacha y le fue enseñando a respirar y a comer como cristiano. ¡Y tragaba la
tararira! Como un cristiano de la policía. El aire de Tero Pelado es bueno y la carne
también y así la tararira, criada como cordero guacho, se fue poniendo grande y fuerte.
Después ya no hacía falta ponerla en el agua y aprendió a andar por la comisaría,
a cebar mate, y hasta a escribir prontuarios. Ésa fue la desgracia.
Porque en una ocasión, cuando iban cruzando el puente sobre el arroyo de La Cruz,
la pobrecita tararira se resbaló del anca, y se cayó al agua. Y es claro. Se ahogó.
Que es lo que les pasa a todos los pescados que, dedicados a otra cosa que ser pescados olvidan que tienen que ser eso: buenos pescados”