Más allá de todas las expresiones de dolor y anécdotas -pasadas y surgidas en estos días- más allá del desorden porque no cabíamos en los salones de la Biblioteca Nacional y su director Horacio González, con buen criterio ofreció la explanada para la Asamblea. Más allá del viento patagónico que nos acompañó. Del poema leído por una asambleísta:
Quisiera que me recuerden
sin llorar, ni lamentarme,
quisiera que me recuerden
por haber hecho caminos
por haber marcado un rumbo
porque emocioné su alma,
porque se sintieron queridos
protegidos y ayudados.
Porque nunca los dejé solos
porque interpreté sus ansias
porque canalicé su amor.
Quisiera que me recuerden
con piedad por mis errores,
con comprensión por mis debilidades
con cariño por mis virtudes.
Si no es así prefiero el olvido.
Que será el más duro castigo
por no cumplir mi deber de hombre.
Escrito por Joaquín Enrique Areta, nacido en La Plata, SECUESTRADO en Capital Federal el 29 de junio de 1978 y DESAPARECIDO. El mismo que como homenaje se escuchó oportunamente en la voz de Néstor Kirchner.
Más allá del minuto de silencio que se trasformó en aplauso unánime. De los discursos sesudos, políticos e indispensables. De las palabras de los compañeros que viajaron a Río Gallegos. De los impensables gestos de desconsuelo de los gitanos del sur. Más allá de todo eso y a pesar del frío y la avanzada hora, no queríamos irnos. Una palabra sostenedora puede definir el momento: HERMANDAD