16/7/12

Presentación de la novela SIN TIZA NI PIZARRON de Hilda Guerra


Si nos preguntamos qué es novela y que es literatura, deberemos separar la bibliografía que coincide con los siglos antiguos y los lapsos clásicos con la filología  disidente de los tiempos modernos.
El género novelesco  no ha cesado de enriquecerse, porque la novela vio la luz al mismo tiempo que el espíritu de rebeldía y en el plano estético el mensaje tiene igual ambición. Occidente, en sus grandes creaciones, no se limita a describir la vida cotidiana. Se propone colosales representaciones pictóricas que enardecen. Otros piensan  la novela sólo  para entretener, considerando gran escritor  al que con su obra se ha filmado una película.  He aquí el gran ladrón de la literatura junto a  la TV , ya que ambas intentan bajar  las bibliotecas al sótano  con policiales morbosos, guerras de antes o después, campañas  armadas,  mentiras a diestra y siniestra, todo sazonado con  chismes de una farándula que repugna.
Escribir o leer una novela es una acción insólita. Construir una historia mediante habilidades novedosas de hechos verdaderos, no es inevitable ni  necesario pero habría que preguntarse  por qué  la mayoría de las personas experimentan gusto e interés en las historias de ficción.  ¿De qué nos evadimos por medio de la novela? ¿De una realidad demasiado aplastante?
Cada cual, trata de hacer de su vida una obra de arte. Los personajes de Hilda también.  En la  necesidad de perdurar, comprenderíamos mejor el sufrimiento si  fuera eterno
Pero los personajes, el libro,   nosotros,  la novela y también el tango, corren hacia su destino por ser emotivos  y buscando el extremo de su pasión. Eso es el libro, algo inacabable por más que se trate  de desaparecerlo en partículas.
Pero vayamos al universo novelesco de Hilda Guerra que  obtiene  peso y presencia  desde un espacio donde seres de carne y hueso  acorralan, en tanto su personaje,  la inteligente y dispuesta docente Susana que a veces es Susy,  lucha  entre su pensamiento intelectual ilustrado y la mediocridad de lo cotidiano que  cuenta, junto al novelista,  desde un extenso soliloquio interior.
El modo creativo de Hilda ya se revela en la Rosa Negra  y es tan ocurrente su manera de contar que  enfoca una manera propia  desde su literatura efectiva  y revoltosa.
El relato se basa en un viaje homérico que recorre nuestra ciudad capital y  aledaños, sobre un móvil complejo como es el colectivo para el porteño, lo que facilita  situaciones dramáticas, cómicas, distintas y  rutinarias con los mismos y disímiles protagonistas buenos y malos, graciosos y antipáticos, enfermos y sanos, jóvenes y viejos que buscan el propio sustento.
Sus  cabezas, llenas de sueños maravillosos,  tragedias fragmentarias,  morbos delictivos, enamoramientos posibles,  los  escoltan  dudando sobre las propias fantasías.
Desde sus  rutinas cotidianas, esos personajes  tienen   alma y figura  argentina. Insatisfacciones, disgustos y alegrías donde el deber ser y el no serlo llevan a conocer   la fragilidad de la condición humana. 
Novela acabada, sin embrollos y novedosamente  veloz, atrapa  al lector con  micro relaciones e intrigas en cadena que emocionan con el gracioso, trágico, alterado y coloquial lenguaje en un estilo nuevo donde gana la literatura.
En el monólogo interior de la autora brotan   interlocutores con refranes propios, descripciones y citas  elaboradas  genuinamente rioplatenses.
Se descubren  existencias  desde  la  rivalidad que muchos semejantes sienten por la vida de los otros y la trama  ofrece   conexión y  unidad  porque sus conciencias los denuncian.
Resultado, meritorio ensayo sobre la clase media  dentro de una novela donde Hilda Guerra crea  seres  cargados de  contradicciones  mirándose  en el propio espejo que es  el egoísmo de clase y un yo soy   que renuncia  al  ajeno por haber asesinado  la empatía. Son eternos monólogos frente a una silla vacía.
De tales coexistencias, Hilda  hace  arte y. de modo necesario, las novela, mostrando seres que rechazan el mundo tal cual es, sin aceptar salidas.  Extraños ciudadanos, exiliados en la propia patria salvo en  instantes  de plenitud que temen  eclipsar. Sin perfiles firmes, son un movimiento que desfila en pos de su forma sin dar con ella. Desgarrados,  buscan esa presencia que  limita   la muerte y la vida.  Su ambición y  egoísmo,  generosidad y valor tienen el mismo lenguaje que sus debilidades. Son el  universo de la in conformidad, por eso el tango asume su lugar preferido. El drama. El despojo. La traición. La tortura. La muerte. He aquí, pues, un mundo imaginario en que el dolor puede, si quiere, perseverar hasta siempre,  las pasiones no se distraen,  los seres se entregan a una idea fija y están ausentes los unos de los otros. Son  el límite y la forma   que se percibe  en condición de víctima. ¿Desaparecidos dentro de ellos mismos? NO. La novela fabrica destinos a la medida. Así es como comparte con el cosmos y vence, provisionalmente, a la muerte. A falta de una felicidad, el gran sufrimiento crea por lo menos algo. De tantas desesperaciones, el  deseo de vivir  avisará que nada ha terminado y   logra  esperanzas razonables.
 “Un artista es una persona conducida por demonios. No sabe por qué ellos lo han elegido a él y  está demasiado preocupado en saberlo” dice Faulkner. 
 Y en cuanto  a cómo se llega a ser un buen novelista afirma: “99% de talento,  disciplina y trabajo. Todo eso tiene el libro que deben leer.
Sin Tiza ni Pizarrón me brindó  el 99 por ciento de creatividad, el final esperanzado de la ficción y lo novedoso de su tratamiento.
Como lectora exigente, he disfrutado dos veces de la obra que  presentamos. Muchas gracias, Hilda y a todos ustedes, muchas gracias por acompañarnos.

ADRIANA VEGA