Si nos preguntamos qué es novela y que es literatura, deberemos separar la bibliografía que coincide con los siglos antiguos y los lapsos clásicos con la filología disidente de los tiempos modernos.
El género novelesco no ha cesado de enriquecerse, porque la novela vio la luz al mismo tiempo que el espíritu de rebeldía y en el plano estético el mensaje tiene igual ambición. Occidente, en sus grandes creaciones, no se limita a describir la vida cotidiana. Se propone colosales representaciones pictóricas que enardecen. Otros piensan la novela sólo para entretener, considerando gran escritor al que con su obra se ha filmado una película. He aquí el gran ladrón de la literatura junto a la TV , ya que ambas intentan bajar las bibliotecas al sótano con policiales morbosos, guerras de antes o después, campañas armadas, mentiras a diestra y siniestra, todo sazonado con chismes de una farándula que repugna.
Escribir o leer una novela es una acción insólita. Construir una historia mediante habilidades novedosas de hechos verdaderos, no es inevitable ni necesario pero habría que preguntarse por qué la mayoría de las personas experimentan gusto e interés en las historias de ficción. ¿De qué nos evadimos por medio de la novela? ¿De una realidad demasiado aplastante?
Cada cual, trata de hacer de su vida una obra de arte. Los personajes de Hilda también. En la necesidad de perdurar, comprenderíamos mejor el sufrimiento si fuera eterno
Pero los personajes, el libro, nosotros, la novela y también el tango, corren hacia su destino por ser emotivos y buscando el extremo de su pasión. Eso es el libro, algo inacabable por más que se trate de desaparecerlo en partículas.
Pero vayamos al universo novelesco de Hilda Guerra que obtiene peso y presencia desde un espacio donde seres de carne y hueso acorralan, en tanto su personaje, la inteligente y dispuesta docente Susana que a veces es Susy, lucha entre su pensamiento intelectual ilustrado y la mediocridad de lo cotidiano que cuenta, junto al novelista, desde un extenso soliloquio interior.
El modo creativo de Hilda ya se revela en la Rosa Negra y es tan ocurrente su manera de contar que enfoca una manera propia desde su literatura efectiva y revoltosa.
El relato se basa en un viaje homérico que recorre nuestra ciudad capital y aledaños, sobre un móvil complejo como es el colectivo para el porteño, lo que facilita situaciones dramáticas, cómicas, distintas y rutinarias con los mismos y disímiles protagonistas buenos y malos, graciosos y antipáticos, enfermos y sanos, jóvenes y viejos que buscan el propio sustento.
Sus cabezas, llenas de sueños maravillosos, tragedias fragmentarias, morbos delictivos, enamoramientos posibles, los escoltan dudando sobre las propias fantasías.
Desde sus rutinas cotidianas, esos personajes tienen alma y figura argentina. Insatisfacciones, disgustos y alegrías donde el deber ser y el no serlo llevan a conocer la fragilidad de la condición humana.
Novela acabada, sin embrollos y novedosamente veloz, atrapa al lector con micro relaciones e intrigas en cadena que emocionan con el gracioso, trágico, alterado y coloquial lenguaje en un estilo nuevo donde gana la literatura.
En el monólogo interior de la autora brotan interlocutores con refranes propios, descripciones y citas elaboradas genuinamente rioplatenses.
Se descubren existencias desde la rivalidad que muchos semejantes sienten por la vida de los otros y la trama ofrece conexión y unidad porque sus conciencias los denuncian.
Resultado, meritorio ensayo sobre la clase media dentro de una novela donde Hilda Guerra crea seres cargados de contradicciones mirándose en el propio espejo que es el egoísmo de clase y un yo soy que renuncia al ajeno por haber asesinado la empatía. Son eternos monólogos frente a una silla vacía.
De tales coexistencias, Hilda hace arte y. de modo necesario, las novela, mostrando seres que rechazan el mundo tal cual es, sin aceptar salidas. Extraños ciudadanos, exiliados en la propia patria salvo en instantes de plenitud que temen eclipsar. Sin perfiles firmes, son un movimiento que desfila en pos de su forma sin dar con ella. Desgarrados, buscan esa presencia que limita la muerte y la vida. Su ambición y egoísmo, generosidad y valor tienen el mismo lenguaje que sus debilidades. Son el universo de la in conformidad, por eso el tango asume su lugar preferido. El drama. El despojo. La traición. La tortura. La muerte. He aquí, pues, un mundo imaginario en que el dolor puede, si quiere, perseverar hasta siempre, las pasiones no se distraen, los seres se entregan a una idea fija y están ausentes los unos de los otros. Son el límite y la forma que se percibe en condición de víctima. ¿Desaparecidos dentro de ellos mismos? NO. La novela fabrica destinos a la medida. Así es como comparte con el cosmos y vence, provisionalmente, a la muerte. A falta de una felicidad, el gran sufrimiento crea por lo menos algo. De tantas desesperaciones, el deseo de vivir avisará que nada ha terminado y logra esperanzas razonables.
“Un artista es una persona conducida por demonios. No sabe por qué ellos lo han elegido a él y está demasiado preocupado en saberlo” dice Faulkner.
Y en cuanto a cómo se llega a ser un buen novelista afirma: “99% de talento, disciplina y trabajo. Todo eso tiene el libro que deben leer.
Sin Tiza ni Pizarrón me brindó el 99 por ciento de creatividad, el final esperanzado de la ficción y lo novedoso de su tratamiento.
Como lectora exigente, he disfrutado dos veces de la obra que presentamos. Muchas gracias, Hilda y a todos ustedes, muchas gracias por acompañarnos.
ADRIANA VEGA