A la hora del reparto
todos se apresuraron a recibir la ración de los dioses. Ayudaban en la tarea
ángeles de distintas cepas: ya sabemos que los hay buenos y otros non tan
sanctos. La orden fue repartir alas y ni lerdos ni perezosos todos trataron de
conquistar las más grandes con las que intuían –en un futuro cercano- el manejo
del poder.Él no empujó a ninguno para obtener el beneficio, ni pensó en poseer
las alas del halcón, ni de otras aves depredadores, se diría que quiso pasar
desapercibido, pero, como mirlo blanco sobresalía en todo.
Un día la diosa de
las artes se percató de que no eran sus manos las que volaban en el teclado si
no que aquellas alas acariciaban el piano. Para darle más brillo al plumaje le
insufló la inspiración eterna, y como yapa y por si fuera poco le regaló: La
Beba-