14/3/11

EL SEÑOR VARGAS LLOSA ES UN RESENTIDO POR NO HABER SIDO PRESIDENTE DE SU PAÍS


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14-3-2011


Largas a Vargas

El escritor peruano Mario Vargas Llosa publicó ayer en España y Argentina una columna en torno de la polémica suscitada por la invitación a inaugurar en Buenos Aires la Feria del Libro. En el texto, el Premio Nobel de Literatura alude a Horacio González, cuya carta inicial a la Fundación El Libro generó la discusión. Aquí, la respuesta del ensayista.
 Por Horacio González *
Como veo que usted ha escrito en El País y lo ha reproducido La Nación, algo que en ciertas épocas se llamaba un brulote, debo responderle. Pensé, Vargas, que todo estaba claro. Que la polémica que resta se haría de un modo adecuado. Escribo esta nota para seguir defendiendo que sea así, y para ello deberé insistir una vez más que donde usted, Vargas, ve barbarie, hay civilización. Entonces, daré largas a Vargas. Es cierto que mi primera carta se prestaba a interpretaciones de diversa intencionalidad (por eso, fue aclarada y para que quedara aún más clara, retirada por indicación de la Presidenta; había volado la imaginación de varios diarios y del propio Vargas Llosa, que recordó la censura de sus libros durante el gobierno militar, en una extrapolación que no la hubiera hecho mejor su estrambótico personaje, el locutor de La Tía Julia y el escribidor). Pero la carta, al decir “lo invito a reconsiderar” y otras expresiones parecidas, no intentaba dar ninguna indicación a las autoridades de la Feria contrapuestas a la presencia de Vargas Llosa, sino a seguir interpretando la inauguración como el espacio de la voz de escritores que evitaran las típicas efusiones de cruzados de una organización política, que ante cualquier crítica menor estallan al grito de “inquisición, inquisición”. Luego, bienvenida su charla. Está muy claro que nunca hubo una supuesta cruzada contra el cruzado, limitándole sus libertades al Sr. Marqués. Cualquier espíritu que sepa evitar las zancadillas del prejuicio, la arrogancia o la testarudez, sabe que no fue así. Pero es una pena que Vargas Llosa se deje llevar por sus relaciones peligrosas. Relaciones peligrosas es una novela del siglo XVIII escrita a través de epístolas. Algo me dice, pues, esta cuestión de las cartas. Acepto que aun siendo ellas ingenuas, pueden parecer aventuradas. El tema de aquella novela admite una descripción, el encanto del libertinaje, tema de Vargas Llosa. Ahora sé que también es tema del cual también debemos ocuparnos.
En sus cartas recientemente publicadas Vargas Llosa da prueba de su mala fe (pero poco sartreana en este caso), al creer que escribe contra censores y nacionalistas. Busca enemigos fáciles, a priori repudiados en el mundo globalizado en el que se mueve. ¿Qué peor que el inquisidor y el aldeano reducido a su necedad, el pobre individuo obturado por su cerrazón? ¿Contra eso discute usted, Vargas Llosa? Si es así, no es un polemista genuino, dispuesto a comprender razones y argumentos de sus contrincantes. Se mueve dentro de grandes cli-shés despojados de espesura, esos que le festejan las derechas mundiales. No vacila, en la cumbre de su fervor por la bravata –una fruición que domina a la perfección, pero con una superficialidad que en general no tienen sus novelas–, en arrojarnos a Ernesto Guevara o a Alberdi como inculpación, y al universalismo democrático y republicano como cartilla que no poseeríamos. ¡Meras argucias del pobre polemista mal informado!
Cuando usted escribió la saga de Roger Casemet, un alma conversa que pasa de su condición de agente humanitario del Imperio Británico hasta tornarse representante juramentado del Alzamiento protagonizado por la Hermandad Republicana Irlandesa, había demostrado mayor sensibilidad hacia las ideologías del siglo, los tormentos espirituales de los hombres combatientes o los rasgos mesiánicos de las raras criaturas antiliberales que pueblan el retablo revolucionario. Se dirá que el novelista promueve un interés especial por figuras que condenará en cambio el polemista de derecha, y que las dos esferas están separadas. Cierto, pero asombra la ligereza con que actúa con personas que no conoce, cuyo pensamiento no ha consultado, montándose así en previos eslabones de desprecio solventados por el grupo Prisa. En efecto, todo es muy rápido. No podemos comprender que como novelista alguien atienda bien las múltiples conciencias de sus personajes, y como polemista sea un prejuicioso señorcito, munido de sus certezas cortesanas, sin saber el significado real del episodio que lo involucra, paseándose por el mundo impartiendo condenas episcopales y dando cátedra sobre cómo fingirse víctima y actuar como un damnificado, que no lo es. No sabíamos cuánto le gustaban Alberdi y Che Guevara, señor Vargas Llosa, si no lo hubiéramos invitado a alguna mesa redonda sobre estos temas. Pero entonces allí sería necesario considerar diversas cuestiones. Nuestro universalismo parte efectivamente del concepto de pueblo-mundo de Alberdi, expresado en oportunidad de su oposición a la guerra contra Paraguay y la simultánea guerra Franco-Prusiana. Habría que ver qué piensan sus actuales amigos sobre esos puntos. No es el mismo universalismo del abstracto cosmopolitismo globalizado, sino que es el internacionalismo con atributos libertarios, que en nuestro caso mucho inspiramos en un Jorge Luis Borges, estación que queda muy lejos de la parada Vargas Llosa.
Le informo, mi amigo, que la Biblioteca Nacional de la Argentina, entre sus tantos linajes histórico-literarios (el morenista, el groussaquiano, el nacional-popular democrático), cultiva el de Borges, especialmente en lo que se refiere al tratamiento de las fantasmagorías complementarias de la historia. Hay una de ellas, la del “tema del traidor y del héroe” que usted, Sr. Vargas Llosa conoce bien, pues en él se inspira para escribir El sueño del celta. A condición de que esa circularidad de figuras contrapuestas no paralice la historia, es un buen ejercicio ético para cultivar una prudencia esencial para juzgar los grandes caracteres del movimiento social. Si Vargas Llosa sabe de esto, ¿por qué insiste en un juego menor de considerarse la víctima que no es, el censurado que no es, el perseguido que no es, el humillado que no es y, en última instancia, el liberal que no es? Sí, porque el liberalismo, tradición ideológica compleja, incluye la consideración absoluta por los argumentos que surgen del Otro, de ahí que las grandes filosofías del siglo XX son filosofías del Otro en diálogo trascendente con las filosofías del liberalismo de otras épocas.
Me refiero a las grandes herencias del hegelianismo, el marxismo, la fenomenología, el existencialismo, el psicoanálisis lacaniano, y sin duda también de Heidegger, cada uno con sus diferencias y dificultades. No hacen otra cosa que replicar en variados ambientes históricos las grandes conquistas antiabsolutistas del liberalismo revolucionario. La conversión incesante a la que Vargas Llosa somete a sus personajes y opiniones, lo hace hoy un protagonista especial de la transformación del liberalismo de la alteridad (y algo de eso sabía cuando le escribió su buena carta a Videla para pedir por los escritores desaparecidos) en un liberalismo repleto de astucias aprendidas en los laboratorios de una derecha internacional poco afecta al debate, pero insaciable en la invención de villanos y esperpentos con los que sería pan comido debatir. No somos eso, Sr. Vargas. Si desea discutir, cuando dé sus conferencias entre nosotros, trate de afinar sus argumentos para que no sean simples fachadas con las cuales confundir a las buenas conciencias sobre los gobiernos populares que usted busca debilitar. Lo escucharemos de todas maneras, pero lo preferimos en su mejor agudeza antes que en su enunciación chicanera. No le hace bien quedar a un nivel inferior a la de las más débiles “zonceras” que el escritor argentino Arturo Jauretche supo criticar con ironía.
Si se le pudiera decir algo a Vargas Llosa –a su sensibilidad de novelista, no de articulista mal informado– le indicaríamos que deje de inventar hombres infames y réprobos, prefabricados en el laboratorio creado por alquimistas duchos en moldear marionetas como contrincantes, con las que les sería fácil discutir y derrotar sin la molestia del argumento. Si aun no le molesta argumentar, Sr. Vargas, ensaye hacerlo con nosotros, que no somos lo que usted caricaturiza sin resguardar estilo ni cuidado. El buen liberal, si no es excesivamente de derecha, dice que el ser es lo que es, pero que puede cambiar. Usted, como liberal, parece en cambio un arrebolado dialéctico de las catacumbas más atrevidas: el ser no es lo que es y es lo que no es. Y así, le gusta debatir contra espectros de su propia imaginación y encima se convierte en guevarista. Se lo festejamos. Cuando ofrezca sus conferencias quizás tendrá oportunidad de aclararnos tantas confusiones, y si se lo permite su papel de monarca en el Olimpo desde los que manda sus rayos de Júpiter sin averiguar de qué se trata, acaso se anime a debatir estos temas sin recurrir a injurias, que no lo favorecen, pues incluso el arte de injuriar requiere estar antes bien informado. Relea los consejos de Borges al respecto. O vea cómo debatieron, escribieron y formularon un universalismo desde su circunstancia peruana, José Carlos Mariátegui o César Vallejo. Confío, Vargas, que no los haya olvidado.
Fuimos nosotros los que dijimos que lo respetábamos como novelista, no sólo las suyas de los inicios, sino también las de su madurez. Es que tuvimos en cuenta para eso la condición amplia del lector contemporáneo, el lector que a pesar de ser buen custodio de sus propias exigencias, también se entrega a las obras bien planeadas y escritas, aunque salidas de un gabinete de recursos y géneros que ya no reservan sorpresas mayores. Si nos colocamos en las posiciones más rigurosas, es evidente que este es su caso, al ofrecer ahora una novelística para un lector abstracto internacional, facturada con buenos recursos, pero ajena a la aventura de las lenguas que se piensan a sí mismas en su argamasa interna de disonancias y experimentaciones.
Ahí, nos permitimos dudar de que usted siga frecuentando los horizontes de la gran novela –las de Faulkner, Conrad o Flaubert que esgrimiera en sus primeros escarceos–, sustituidas apenas por las técnicas del buen artesano. Créanos, Vargas Llosa, abra su escucha a quienes no sólo no lo censuramos ni lo injuriamos, escuche a quienes bien lo hemos leído y decidimos entablar una discusión con usted; no asemeje su labor literaria en lo que le queda de elegante, bien resuelta, sin duda ingeniosa, con los atributos del panfletista desflecado (adjetivo de David Viñas), que ve amenazas inexistentes, horrorosos nacionalismos, inquisidores atrabiliarios y otras yerbas del bestiario del ciudadano exquisito. ¿Nosotros atados a los postes restringidos de cualquier cierre cultural? No, amigo mío: somos hijos de José Martí, universalista latinoamericano, y de José Lezama Lima, poeta irredento. Nunca nadie quiso impedir sus conferencias; ahora le pedimos que las dé si es posible con los temas de este debate, que se informe adecuadamente sobre las ideas que trata de embestir, y una vez cumplido, que trate de exponer caballerescamente sus ideas, como en otros tiempos supo hacerlo. La ciudad que todos deseamos ver sin el mundo viscoso de las órdenes y oscuros poderes que usted caracterizó y criticó muy bien en sus primeros escritos, lo espera para un digno debate. No se hurte de él con esas fáciles prisas por el agravio inútil.
* Ensayista.

ACOMODA LA INFORMACION PARA SU CONVENIENCIA Y ES OFENSIVO A TODOS

Señor Vargas Llosa: cómo siempre usted acomoda la información para el lado de su conveniencia, sin dudar en nombrar próceres, caros a nuestra historia. He sido asesora de la Biblioteca Nacional durante el período del Sr. Héctor Yanover -intachable- pero la gestión del señor Horacio González por su amplitud de criterio, energía y variedad: es la mejor en muchos años.

Piqueteros intelectuales. 

Mario Vargas Llosa 
Para LA NACION

Domingo 13 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa
Foto LA NACION
MADRID.- Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados con el grupo Carta Abierta, encabezados por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su gobierno, ni oportuna, cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.
Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas en efecto he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América latina que llegó a ser un país del primer mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta.
Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.
Precisamente, la única vez que he padecido un veto o censura en la Argentina, parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas, fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindeguy, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela La tía Julia y el escribidor y demostrando que ésta era ofensiva al "ser argentino". Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.
Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las "corrientes populares".
Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina, el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y Perú y, en vez de cruzar la cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto "Che" Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.
Fuego de artificio
El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación -al igual que la raza o la religión- no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana.
Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, sólo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.
Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que sólo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento, sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, Brasil, Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no sólo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América latina.
¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo Carta Abierta, la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.
De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero .
Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas "liberales", "burguesas" y "reaccionarias" se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con "las corrientes progresistas del pueblo argentino".
© El País, SL

4/3/11

TEMA VARGAS LLOSA FUNDAMENTOS

por Ediciones Colihue S.R.L. Aurelio B.R. Narvaja - Director Gerente


Buenos Aires, 27 de febrero de 2011
Sres. Presidentes de la Cámara Argentina del Libro y de la Fundación El Libro
Carlos De Santos y Gustavo Canevaro
Ss. / Ds.
Estimados colegas:
Con mucha perplejidad e intensa preocupación, me enteré leyendo La Nación –y completé, luego, la
información hablando con algún miembro del Consejo de la Fundación– que la Feria de este año será inaugurada
en una doble jornada: el día 20 de abril con la presencia de las autoridades públicas nacionales y de la ciudad,
miembros de las cámaras del sector, etc., y sin el cierre de escritor alguno; y el jueves 21, en una suerte de
“inauguración cultural”, por el Premio Nobel Mario Vargas Llosa. La explicación para esta excepción sería que
el nobel no podría arribar a Buenos Aires antes, lo que obliga a desdoblar el evento mayor de la Feria. La realidad
es que Vargas Llosa estará en Buenos Aires por lo menos desde el 19/4 (día en que está anunciado para la “Cena
de cierre”) participando del “Regional Meeting: The Populist Challenge to Latin American Liberty” (Encuentro
regional: El desafío populista para la libertad de América Latina) que se desarrollará en nuestra ciudad del
17 al 20 de abril, convocado y organizado por la Mont Pelerin Society (institución fundada por Friedrich Hayek,
“sumo sacerdote” de la Escuela de Chicago y asesor de los gobiernos de Reagan, Margaret Thatcher y Augusto
Pinochet, como puede verificarse con facilidad en internet) y la llamada Fundación Libertad, instituciones en
las que el escritor milita activamente. Participarán de las jornadas, conforme al programa que puede leerse en
los sitios www.montpelerin.org, www.mpsargentina.org y www.libertad.org.ar, entre más de un centenar de
connotados representantes de la derecha liberal mundial y vernácula, Gerardo Bongiovanni, Presidente de la
Fundación Libertad, Kenneth Minogue, Presidente de la Mont Pelerin Society, José María Aznar, Álvaro Vargas
Llosa, el escritor cubano (Miami) Carlos Alberto Montaner, los economistas argentinos Alberto Benegas Lynch
Jr. y Jorge Ávila, el Jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, y el escritor chileno Jorge
Edwards. Este evento termina el jueves 20 con “Un día intelectual en el campo”, en San Antonio de Areco, en
coincidencia con la inauguración oficial de nuestra Feria. De ninguna manera me parece casual esto, para un
encuentro que está programado y anunciado con muchos meses de anticipación y para el que la participación de
Mario Vargas Llosa inaugurando la Feria del libro le servirá de caja de resonancia y amplificador de su presencia
y sus mensajes, integrando una gran operación política.
Desconozco si las autoridades de la Fundación que tomaron la decisión estaban en conocimiento de lo que
estoy informando (sé que no fue el consejo quien la votó, lo que puede haber restringido las posibilidades de
enterarse), tampoco si las autoridades de las cámaras que la conforman fueron consultadas, dada la importancia
del tema en cuestión. En cualquier caso me parece un grave error, que desvirtúa la tradición de la Feria y
muy riesgosa para el desarrollo futuro de la Feria del Libro de Buenos Aires. Lo digo como antiguo socio de
la Cámara Argentina del Libro y como editor que participa desde hace décadas con todo entusiasmo como
expositor en la Feria. Es un grave error, porque el extraordinario escritor y muy merecido Nobel, Mario
Vargas Llosa, es desde hace años, sobre todo, un propagandista, ostensible y florido, de las ideas y las
políticas de la derecha liberal y, como tal, ha dicho las peores cosas de nuestro gobierno, de los gobiernos
de América Latina con quienes integramos el Mercosur y la gran mayoría de los de Unasur, y en forma
personal de la Dra. Cristina Fernández de Kirchner, Presidenta de la Nación, y del ex Presidente Dr.
Néstor Carlos Kirchner. Estas expresiones pueden encontrarse consultando cualquier buscador de internet,
pero para muestra transcribo una suavecita que cita La Nación en su artículo sobre la Feria: “La Argentina es
un galimatías que nadie entiende. Deseo que termine el aquelarre” (?).
Desde la recordada gestión de Hugo Levín como Presidente de la Fundación el Libro, con la colaboración
entre otros destacados consejeros de nuestro querido y recordado Elvio Vitali, la Feria incorporó a su tradición
de discurso de autoridades, Fanfarria de Granaderos y bendición de instalaciones, la excelente costumbre
de que un gran escritor argentino “abriera” la feria, lo que se pensó también como una instancia de
consagración para ese escritor y de vidriera hacia el mundo de su obra. La saga que comenzó Saer fue continuada
por otros destacados autores argentinos como Ricardo Piglia, Abelardo Castillo, Roberto Fontanarrosa, Tizón,
Gambaro, etc. Me considero ciudadano latinoamericano y, como a tantos, me produce mucho placer cuando
un hermano de la Patria Grande visita la feria y participa de sus actividades. Mucho más si se trata de escritores
del nivel del autor de Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo o Historia de Mayta, como
pueden ser el gran “Gabo” García Márquez, Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Roberto Fernández Retamar
y tantos otros. Pero acá no se trata de eso. Su designación por la Fundación para abrir “culturalmente” la
feria transforma su visita al predio ferial, su intervención, en un hecho político que es, objetivamente,
prolongación del evento liberal ya comentado. No hay dudas de que Vargas Llosa tiene todos los pergaminos
y, sobre todo, los merecimientos para ser una auténtica estrella en la Feria del Libro y motivo de felicidad
para sus miles de lectores, y que un acto organizado por su editorial contará seguramente con récord de
público, sobre todo en el año de su Premio Nobel. No es eso lo que está en discusión. Cuestionamos que,
por una parte, se cierra la posibilidad de que un autor argentino se dirija a los concurrentes de la feria,
al país y en parte también al mundo y junto con aspectos de su biografía, sus reflexiones, la historia de su
relación con la palabra escrita, nos deje un testimonio del momento histórico, visto desde nuestro lugar en
este convulsionado planeta. Y, además, que la participación del Nobel peruano en los términos decididos
es, de hecho, una provocación política al gobierno nacional, a gran parte de las fuerzas políticas, tanto
oficialistas como opositoras, y a un sector muy importante del pueblo argentino. A la vez pienso que, aun
para Vargas Llosa y para su público, la reacción que puede generar su presencia, absolutamente teñida de color
político, terminaría siendo desagradable.
La Fundación el Libro ha atravesado épocas políticas diversas y ha podido hacerlo manteniendo un
equilibrio razonable entre las múltiples tensiones que la tironean: empresarias, propiamente políticas, de
relación con autoridades de ámbitos institucionales diferentes, etc. El error de esta decisión, tomada
además en un año electoral, con las sensibilidades exacerbadas que esto supone, corre el riesgo de
tirar todo por la borda. Parte de los editores, de los expositores, de los escritores y del público no lo
entenderá. Y no se trata aquí de gustos literarios. Se trata del destino mismo de la nación, disputa en la cual
la Fundación con la decisión tomada, lo haya pensado así o no, opta. Pienso que hay tiempo sobrado
para revertir la medida. Hay una enorme lista de autores argentinos (historiadores o ensayistas que no
han tenido mucho lugar hasta ahora, como Rozitchner, Galasso, Sarlo, Verbitsky, Horacio Gonzalez, I.
Bordelois, Bayer, Halperín Donghi, Grüner, Feinmann, Kovadloff, narradores como Viñas, Aira, Batista,
Sasturain, Saccomano o De Santis, dramaturgos como Cossa, Kartun o Gorostiza o poetas como Gelman
o Boccanera, para mencionar los que acuden rápidamente a mi memoria) de la que se podría elegir alguno
que “abra” la feria. Incluso se podría elegirlo del excelente catálogo de la misma editorial que publica a
M.V.LL., para no perjudicar a nadie.
Por todo lo dicho solicito a ustedes la consideración de lo expresado, la elevación a los organismos de
dirección para su consideración y, en el caso de la Cámara Argentina del Libro, la convocatoria a una cesión
especial del Consejo abierta a todos los socios o tal vez mejor a una asamblea, para discutir esta grave cuestión
y con el sustento de la opinión de las empresas asociadas, poder instruir a nuestros representantes ante
la Fundación en el sentido de trabajar por la reversión de la medida que cuestionamos. Cordialmente,
C.c.: Consejeros de la Fundación El Libro, Consejeros de la Cámara Argentina del Libro, Instituciones
integrantes de la Fundación (CAL, CAP, CAPLA y demás entidades de libreros, SADE, FAIGA),
instituciones públicas participantes de Feria del Libro de Buenos Aires.