Ninguno de los muchos premios otorgados al alemán Göttling fue tan justo
y apropiado como el Don
Quijote.
Compartí un café semanal con él
durante treinta años. Y digo uno porque muchas veces fueron dos. Hay que tener
en cuenta sus viajes y mi viaje obligado por escasos meses en el 79.
Todos los que lo tratamos sabemos perfectamente que fue un caballero. Un
hidalgo con la mirada puesta en lo
cotidiano. Más precisamente en la gente que deambula por esta ciudad, a la que
él hizo suya –aunque nació en Salta. Fue un caballero andante que buscó
aventuras para sus notas.
Sólo una pluma noble como la de Jorge Göttling pudo rescatar del olvido a
personajes que se desangran por dentro: mujeres y hombres nebulosos, con la bruma de algunos atardeceres.
Con su inseparable cigarrillo –sólo oculto al final -en su casa- y largos
cafés, fisgoneaba como al pasar lo que acontecía en Buenos Aires. Le dolía
tanto el hombre divorciado haciendo malabarismos por contentar a su hijo una
vez a la semana, como la muchacha de la noche, incitada a prostituirse. El pibe,
que la patota -aparentemente inofensiva- le hacía bullas o la mujer que, como
bien dice el tango – y de eso sabía mucho-
nunca tuvo novio, se conservaba casta y en vías de pasarle el cuarto de
hora. Ni qué hablar del muchacho que
hacía la cola del diario, para recibir
menesterosamente la dádiva de la edición, solamente de avisos, con los que
después haría la otra interminable cola de la humillación para no conseguir trabajo.
El alemán no se atrevía a ser escritor;
sólo publicó “TANGO, melancólico testigo” obra en la que recopiló sus peripecias surgidas
de noches y reportajes sobre el género
que amó. Dije no se atrevió, porque al presentarme a Horacio Barthes (otro periodista
fallecido) lo hizo de esta manera: “ella es escritora, se atrevió. Nosotros no.”
En ese momento no entendí sus palabras pero a juzgar por la manera que las
recibió el colega; fue un piropo. Tampoco ahora las comprendo demasiado, porque
Göttling era un cuentista nato que usaba sus personajes a los que
semblanteaba para ponerle todos los finales, aunque el final fuese abierto y con
maestría dejaba en suspenso. También
era poeta, si consideramos como cierto el poema Autopsicografía de Fernando Pessoa; “El poeta es un fingidor./Finge tan
profundamente./Que hasta finge que es dolor./El dolor que de veras siente./Y
quienes leen lo que escribe./Sienten, en
el dolor leído,/No los dos que el poeta vive,/Sino aquel que no han tenido./Y
así va por su camino,/Distrayendo a la razón./Ese tren sin real destino./Que se
llama corazón.”
El galardón especial Don Quijote de los Premios de Periodismo Rey de
España, fue creado para distinguir el trabajo de mayor calidad literaria. Y
vaya si sus laboriosas faenas tienen calidad literaria. Fue un conocedor
profundo del lenguaje, un prestidigitador que esgrimió la síntesis como recurso
y en cada frase abrió nuevos mundos al lector atento.
Cuando Jorge recuperó la respiración al enterarse del premio no buscado, dijo: ¨Este
premio es la culminación de mi carrera. Aceptar, al fin, que he reparado partes
oscuras de mi historia y que he devuelto mucho de lo que la calle me enseñó”.
Tal vez sus partes oscuras fueron el haber VIVIDO EL TANGO y hacer carne muchas letras que por su
condición social, -a veces marginal- hacía suyas. Con la llegada del hijo y
un enorme esfuerzo personal fue superando las cargas más pesadas y que
lo ponían al descubierto de su vulnerabilidad. No así el cigarrillo -su compañero inseparable
hasta último momento- al que su
organismo no pudo soportar con esas embestidas.
La calle le enseñó y fueron precisamente las de de Buenos Aires, sus
protagonistas, sus oficios, mezquindades, algarabía y también sus fanfarronadas
las que le sirvieron de crónica para
todos sus mosaicos.
Su columna titulada MIRADAS y
en especial una de ellas “La espera del
ciruja de Plaza Francia” fue la que el jurado de España distinguió.
Semana a semana sus lectores abrieron el diario Clarín para encontrarse con artículos antológicos. De esto da cuenta la cantidad de e-mail que recibía.
Fueron pequeños ensayos sobre la vida, casi siempre impregnados de
nostalgia, sin olvidar la urgencia descarnada del aquí y ahora. Y siempre la
virulencia de una ciudad pronta para lo
malo y lo bueno y los estragos del tiempo, con el que ni dios puede. Sus narraciones
calaron hondo en la psicología de los personajes. Vivimos con ellos sus pesares,
entrando en un mundo medular de sentimientos y con el ropaje de sus propios
huesos. Duelen hasta sus posturas.
Göttling fue un conocedor profundo de la música del río de La Plata y también
protagonista insoslayable de su historia y costumbrismo arrabalero que involucra no sólo
a poetas, músicos, bailarines y chamuyetas del gotán, si no a toda la gente de
esta parte del planeta. Y desde hace mucho, del mundo entero. Recordemos que en
Turquía muchas parejas celebran sus
casamientos con “La Cumparsita”.
También su libro fue seleccionado por la Cancillería Argentina. Representó
al país en la Feria del Libro de Madrid.
Para recibir el premio debió viajar a España, lo que significó para él un
tremendo esfuerzo. Se lo entregó directamente el Rey.
Partió de este mundo el 26 de agosto del 2006. Sólo por pedido de otro
amigo entrañable –Rubén Derlis- y cuando la deuda por intereses poéticos es muy
abultada, puedo escribir estas palabras.