EL CERCO
Casa de las Américas –mención especial- Revista 105. Año 1977
Libertad es poder elegir. Eso es. Entonces elijo. Mientras me encamino hacia el lugar veo las banderas que adornan los balcones. Ellas recuerdan la fecha patria. La libertad. La libertad de escoger un trabajo, caminar por las calles, tener un hijo. Tener un hijo y poder criarlo como Dios manda.
La tarde es muy fría, lluviosa, la peluquera sacó el gomero para que el agua le limpie las hojas. Hojas grandes, carnosas, al lado de la bandera rala, deshilachada. Por qué no le habrá cosido los bordes; vale más un remiendo decoroso que mostrarla así.
Son las cinco de la tarde, todavía faltan dos horas, será de noche cuando concrete mi elección, será de noche y la penumbra tal vez aplaque esta ansiedad que crece como el trigo. Todo sigue su curso inexorablemente. Toda semilla crece. No es bueno detener su florecimiento. No es bueno reducirla a eso: solamente semilla. Hay que dejarla que la lleve el viento y la aloje en un nido para que le broten tallos de colores.
Qué hermosa esa planta de azúcar: es pequeña justo para adornar el balcón de una gran ciudad. Tendrán oídos las plantas, algunas parecen tan débiles como un embrión. Le harán daño las sirenas, esas que a fuerza de oírlas terminan por resultarnos indiferentes. Soy una mujer emancipada que puede elegir, mujer de ciudad que no tiene tiempo para hojear una revista. Qué se me ha dado ahora por preocuparme por la botánica. Desde cuándo el crecimiento de un árbol, de una flor, detiene mis pensamientos.
Viene la noche; deambulo. Estas calles aceitosas devuelven la imagen del fantasma que tal vez habría querido ser, o del que soy. En la esquina veo mi silueta partida en la farmacia. La sombra me sigue y yo a ella. En qué momento se fusionarán, en qué momento dejaré de estar en dos, cuándo podrá trasegar la una en la otra y de esa mezcla salir aunque más no sea un esbozo sin condicionar de mujer. La liberación parte de uno mismo. Ya opté, o mejor dicho voy a consumar el hecho. Sin embargo no estoy convencida; sigo dando vueltas y sé que no tengo otra alternativa. Viene a ser algo así como una libertad con alas mutiladas.
Las calles parecen más oscuras en un día como éste. Juan me aconseja evitar riesgos. La vida es un riesgo constante, Juan. Aunque él tiene razón, pasan tantas cosas. Si me tomaran entre tres o cuatro, a pesar de los pases de yudo que aprendí en el club me reducirían enseguida. Esos seres no pueden ser normales, no es cierto, Juan. Qué pueden sentir de esa forma. Cómo se puede hacer del amor una brutalidad, deben estar drogados. El amor es maravilloso aunque una tenga que ponerle límites, aunque una tenga que ponerle vallas, para que no fecunde a la flor.
Las calles quedan atrás, yo me aproximo a un subterráneo, entraré en una dimensión de la cual difícilmente saldré indemne. No tengo otro remedio. No puedo mortificarlo tanto. No puedo coartar siempre sus impulsos en los momentos más bellos.
Esto parece un lodazal; o lo es, no puedo distinguir bien. El médico aconsejó lo mejor, él tampoco tiene culpas, dice que suelo filosofar demasiado; es cierto, mezclo todo: lo bello, lo corrupto, la atadura, la libertad, el deseo, la represión, ya no sé hacia dónde me encamino: Juan pide que me cuide, él está muy ocupado, aún más que yo.
Lo medité mientras lavaba los platos, me dictaba el jefe, bañaba o hacía el amor. Eso está mal, cuando se hace el amor no hay que pensar en otras cosas, no hay que medir consecuencias.
Esta cripta termina en un punto apenas visible: qué hay allí, no distingo mi sombra. A mis espaldas le han cortado las fronteras, existe la nada. Ese punto apenas visible atrae como un imán, debo seguir aunque en el me esperan las bestias para sojuzgar lo que queda de mí. La cabeza me da vueltas, veo círculos grisáceos, aflojo los brazos, deposito la cartera, siento arrastrarme por un torrente que nunca pensé constaría tanto asumir.
En el escritorio vislumbro recetarios y una sonrisa siniestra pretende calmar mi desconcierto. El punto se achica como una mancha de tinta absorbida por un secante. Me toman los brazos, atino a cruzarlos sobre el pecho y cierro con fuerza las piernas.
Por favor no. Suéltenme. Por favor no. Nadie puede mancillar lo que pertenece a Juan. No escuchan mis gritos. El hueco de luz será un zaguán de una casa desierta. Nadie atiende. No pueden violentar lo que Juan homenajea.
Las drogas. Ese olor me llega hasta la médula. Aflójese. Por favor no. Tengo que sacar fuerzas de cualquier parte y no dejarme avasallar. Quédese tranquila. Abra las piernas. Abra las piernas por favor.
El olor contamina la sangre. Pienso, piensan: a esta turra le voy a romper las piernas. Esa voz de qué lugar secreto de mi proviene. Cuál es la realidad. Bestias, bestias.
En cambio Juan suspira todo el tiempo y pregunta: ¿te gusta, mi amor? Así te gusta? Sí. Sí. Sí.
Animales: de dónde han nacido. Qué sociedad les ha abierto los brazos. Por qué ella me obliga a esto.
De mis ojos chorrean gotas impotentes de sangre. Ya pudieron conmigo. Me han frenado, seccionado en nombre de mi libertad. Caí en la trampa, la señal son mis piernas abiertas. Dilatan mi sexo; mil gubias trabajan al mismo tiempo. Quisiera gritar y no puedo. Las máscaras que sostenían mis alaridos se descuelgan. Soy un animal herido, ni puedo vociferar. Mi cerebro percibe el horror pero no emite señales. Todo es inútil, siento el pecho apretado por un peso enorme. El corazón sigue dando tumbos, las voces resuenan en mis oídos, el olor amenaza ahogarme, la cabeza me va a estallar. Dios mío, una tenaza me mordió el útero, ahí despierto un segundo. Estoy toda hecha sangre, una gota gruesa inunda mis oídos, con un golpe seco una lágrima de Juan se abrió en mi linfa, en un descuido mi mente transmite ondas, siento batir mis piernas, plegándose como las alas de un pájaro a punto de partir y de nuevo las voces de mi conciencia confunden, hacen pagar deudas: abrí las piernas, turra, todavía no aprendés, no ves que no podés hacer nada, estás violando los derechos de la naturaleza.
No me deshonraron, debo razonar esto como una simple operación. Por qué me preocupa la moral mientras me muelen la carne. Han manchado mi libertad, mi libertad de elección. Por qué tienen que tomarme por la fuerza. Qué estoy pensando, si yo elegí, elegí porque no tenía otro camino; no es consuelo mentirse a sí mismo. Dónde está la libertad si me tienen inmovilizada, aunque el método, el mecanismo trate de amoldarse para la conveniencia de quién. Abrí las piernas, no aprendés todavía, mujer emancipada cerrándose en su propio círculo.
Una débil luz comienza a colarse, tintinea, emerge del subsuelo, se corta de a ratos, como si los polos no quisieran unirse. Los murmullos dan pánico. Me duele todo el cuerpo, el alma ha quedado a un costado, si alguna vez se une a mí, quedará marcada como un pergamino.
Abro con torpeza los ojos, me recupero un poco, recuerdo: la elección, preferí que una serpiente cercara mi útero en espiral porque no puedo dejar que las semillas de Juan me broten en flor.